Hacia unas masculinidades justas y cuidadoras: contribuciones antropológicas del cuidado a la paz
Comins Mingol Irene
Hacia unas masculinidades justas y cuidadoras: contribuciones antropológicas del cuidado a la paz
En-claves del pensamiento
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias Sociales

				
Resumen

				
Tomar conciencia de la vulnerabilidad humana y de la mutua interdependencia es condición esencial para el compromiso y la transformación social. De ahí la necesidad de situar el cuidado en el centro del debate social y político, más allá de cualquier rol de género. El objetivo del artículo es revisar la propuesta de masculinidades cuidadoras de reciente aparición pues, como señala Joan Tronto, cambiar los valores y las prácticas sobre cómo los hombres se relacionan con el cuidado es la siguiente fase de la revolución democrática. A la luz de ese objetivo el artículo se organiza en cuatro apartados. El primero dilucida las dos dimensiones del cuidado: como praxis y como principio, señalando el modo en que la praxis del cuidado contribuye al cultivo y desarrollo del cuidado como principio. El segundo apartado se acerca al campo de estudios de masculinidades para revisar el concepto emergente de masculinidades cuidadoras y su potencial. Por otro lado, sin abandonar los estudios de masculinidades, el tercer apartado trata de clarificar algunos malentendidos sobre el cuidado que han llevado a otros autores a desatender las aportaciones del cuidado en el camino hacia unas nuevas masculinidades. Finalmente, en el cuarto apartado, se revisa la delicadeza como eje vector que une el cuidado y la justicia como hebras de un mismo tapiz, superando dicotomías reduccionistas. Se concluye con una propuesta de masculinidades justas y cuidadoras, conscientes de la necesidad de cultivar el modo-de-ser-cuidado como parte de la agencia pacifista.

			
Palabras clave:
género, cuidado, masculinidades, delicadeza, Filosofía de la Paz, .
Los estudios sobre masculinidades son relativamente recientes y se encuentran mayoritariamente orientados al análisis y visibilización de los efectos negativos que tiene el patriarcado sobre los hombres, a la vez que apoyan la lucha feminista, y se inspiran en ella para reivindicar la igualdad y la justicia social. Se trata de un ámbito de trabajo fundamental, que ha puesto sobre el tablero las violencias que padecen muchos hombres como resultado del patriarcado, cuestionando un modelo de masculinidad hegemónica o masculinidad tóxica que tiene consecuencias perversas tanto para las mujeres, como para los propios hombres, así como para la sociedad en su conjunto. Si bien en todas las sociedades existen múltiples masculinidades, hay una tendencia a exaltar un modelo de masculinidad que 'se busca imponer de forma hegemónica a todos los varones'.

			

				

				

					Antonio Boscán Leal, 'Las nuevas masculinidades positivas', Utopía y Praxis Latinoamericana, núm. 41 (2008): 94.

			14 Una masculinidad hegemónica que es sexista y homofóbica, representada por un hombre heterosexual, fuerte y autónomo, que ocupa el espacio público, del trabajo y del poder.
Un segundo destete, menos brutal y más lento que el primero, sustrae el cuerpo de la madre a los abrazos del niño, pero es a los varones, sobre todo, a quienes poco a poco se les niegan los besos y caricias; en cuanto a la niña, la siguen halagando, le permiten vivir en las faldas de la madre, el padre la sienta sobre sus rodillas y le acaricia los cabellos; la visten con ropas suaves como besos, son indulgentes con sus muecas y coqueterías, y los contactos carnales y miradas complacientes, además, la protegen contra la angustia de la soledad. Al niño, por el contrario, van a prohibirle hasta la coquetería; sus maniobras de seducción y sus comedias son irritantes. 'Un hombre no pide que lo besen… Un hombre no se mira en el espejo… Un hombre no llora' le dicen. Quieren que sea 'un hombrecito', y sólo conquistará el sufragio de los adultos liberándose de ellos. Agradará cuando no parezca buscarlo.

			

				

				

					Simone de Beauvoir, El segundo sexo, vol. II La experiencia vivida (Buenos Aires: Siglo XX, 1965), 16.

			28

					
El gran reto hoy es justamente reflexionar sobre elmodo-de-ser-en-el-mundode los hombres. Algo que, además, desde las nuevas masculinidades están haciendo muy bien y que puede venir a enriquecer y sumar al discurso feminista. El cuidado nos habla de relacionalidad, intersubjetividad y amor, aspectos que el patriarcado destierra del modelo de masculinidad hegemónica, con consecuencias nefastas en diferentes niveles: legitima la desigualdad, genera injusticia social e infelicidad personal.
La combinación de estos factores ha contribuido a la vinculación entre feminidad y cuidado y a la disociación de la masculinidad del cuidado. Una disociación que el patriarcado se esfuerza en justificar. Así, por ejemplo, es un clásico el argumento de que los hombres contribuyen a la sociedad en otras dos formas: protección y producción, que se interpretan como formas alternativas de cuidado y se utilizan como carta blanca que exime a los hombres de las tareas tradicionales del cuidar.

			

				

				Tronto, Caring Democracy…, 70.

			42 Tronto ha cuestionado lúcidamente este posicionamiento. Por un lado, la comprensión de la protección como cuidado, cuando el cuidado de lo que nos habla es de relacionalidad y satisfacción de necesidades. No podemos olvidar que la violencia es el lado oscuro de esa protección, por más que sea utilizada por el gobierno -violencia militar o policial-, y la violencia es la antítesis del cuidado. Dañar a alguien está en el extremo opuesto del espectro de lo que significa cuidar. Por otro lado, con relación a la producción no es sólo prerrogativa de los hombres, sin embargo, este argumento sigue perpetuándose.

			

				

				Ibid., 82.

			43 Hay una atribución a los hombres de la ética del trabajo, frente a la ética del cuidado a las mujeres. Bajo esa ética del trabajo se asume que los hombres están en continuo estado de competición unos con otros, por el trabajo y por el rendimiento, algo que les aleja más y más del cuidado. Esos son los argumentos que la masculinidad hegemónica ha utilizado tradicionalmente para evadirse del cuidado: los hombres protegen a la sociedad y se involucran en actividades económicas de producción. Por lo tanto, según el argumento, pueden librarse de las actividades diarias de cuidado.

			

				

				Ibid., 91.

			44 Lo que resulta curioso en esta visión es el modo en que el patriarcado nos lleva a una concepción de la libertad como evitación del cuidado, condenando el cuidado al ostracismo, a los márgenes de lo social, a un lugar invisible y no reconocido.
Cuidar requiere un aprendizaje que las generaciones de mujeres se han transmitido de manera informal, lo cual seguramente ha contribuido a la idea de su carácter innato. La incapacidad masculina para el cuidado no es con frecuencia más que la manifestación de una carencia de conocimientos mucho más complejos de lo que habitualmente se cree. Además, cuidar requiere poder hacerlo; es decir, un contexto social, laboral, personal y familiar que lo acepte y lo haga posible, lo cual no es habitual en el caso de los hombres. Finalmente, para cuidar hay que querer hacerlo, por las razones que sea, que pueden ser muy variadas. Ello es, probablemente, el aspecto clave que explica la reticencia masculina ya que tiene que ver con la identidad, con la idea, no necesariamente consciente, de lo que es un hombre y la resistencia de los modelos patriarcales que todavía impregnan nuestra sociedad.

			

				

				Ibidem.

			46

					
Superando el malentendido. Dicotomías y resistencias en torno al cuidado

				
La participación de los hombres en la provisión de cuidados no es solo una reivindicación de justicia social vinculada a la igualdad de género, sino una cuestión social y política con implicaciones para la democracia y la paz. Es el paso fundamental para romper con los cimientos del patriarcado y transitar de una cultura de la dominación a una cultura del cuidado. Por ello, sorprende encontrar dentro de los estudios de masculinidades autores que desatiendan -o cuestionen- el valor de la ética del cuidado en el camino hacia la igualdad y la justicia social. Es el caso del historiador parisino Ivan Jablonka, en su obra Hombres justos. Del patriarcado a las nuevas masculinidades. En este apartado, tomando la obra de Jablonka como ejemplo, revisaremos el malentendido que gira a veces en torno a la ética del cuidado.

				
Hombres justos es una obra de lectura imprescindible, en la que Ivan Jablonka cuestiona la masculinidad hegemónica o tóxica y propone unas nuevas masculinidades basadas en los pilares de la no dominación, del respeto y la igualdad. Sin embargo, resulta descorazonadora la visión que transmite Jablonka del feminismo de la diferencia en general y de las aportaciones de Carol Gilligan en particular, seguramente fruto de un conocimiento superficial de esta corriente y de la obra de esta autora. Digo que resulta descorazonadora porque la ética del cuidado es fundamental, como hemos visto, para caminar hacia ese horizonte de nuevas masculinidades no dominadoras a las que aspira Jablonka y que tantos deseamos. En una visión dicotómica y muy simplista del feminismo de la igualdad y del feminismo de la diferencia señala Jablonka:
Jablonka desconoce, o desatiende, el feminismo de la diferencia que pone en valor el mundo de experiencia y el legado de las mujeres no como herencia biológica, ni como arma arrojadiza contra la otredad, sino como valores que son esencialmente humanos -como el cuidado- y que el patriarcado ha atribuido en exclusividad a las mujeres, dañando así a todos y todas. No estamos hablando, como dice Jablonka de una 'excepcionalidad biológico y moral',

			

				

				Jablonka, Hombres justos…, 163.

			58 sino de una desigual distribución de responsabilidades que ha hecho que hombres y mujeres desarrollen unas distintas habilidades. Si sus mundos de experiencia fueran similares las habilidades que desarrollarían también lo serían.

				
Para Jablonka el feminismo de la diferencia vanagloria las especiales características de las mujeres y no rompe con el círculo del patriarcado.

			

				

				Ibid., 170.

			59 Sin embargo, lo que Gilligan se pregunta es justamente ¿hacia qué modelo de ser humano queremos caminar?, un modelo de ser humano que tome lo mejor del legado de la justicia, pero también del legado invisibilizado, desvalorizado -y lamentablemente también estigmatizado- del cuidado. Gilligan no defiende algo así como una superioridad moral de la mujer, sino la necesidad de complementar la justicia con el cuidado y el cuidado con la justicia, tomando lo mejor de ambas tradiciones.
Jablonka señala los aportes de la ética kantiana, y de una ética de la reciprocidad en general, para la igualdad de géneros y señala la siguiente máxima 'Actúa con una mujer como quisieras que actuaran con tu propia hija'.

			

				

				Ibid., 409.

			63 Pero reconoce que es incompleto, pues ciertos padres eligen para sus hijas una vida de sumisión. Acude, siguiendo la tradición de la ética de la justicia, a Rawls y el velo de ignorancia para salvar este obstáculo. Reformula entonces su máxima del siguiente modo: 'Actúa con una mujer como actuarías si ignoraras su sexo'.

			

				

				Ibidem.

			64 Pero detecta también de nuevo insuficiencias en esta máxima, ya que es importante reconocer en el otro su condición para una relación justa, atento tanto a su universalidad como a su particularidad. Formula así su tercera máxima: 'Actúa con una mujer de tal modo que su género y el tuyo puedan ser intercambiados'. Esos tres principios: reciprocidad, imparcialidad y reflexividad son, para Jablonka, los pilares necesarios para construir una ética de género que logre involucrar a los hombres y escape de lo que Jablonka denomina 'romanticismo promujeres'.

			

				

				Ibid., 410.

			65

				

				
Las reflexiones de Jablonka sobre las contribuciones de la ética de la justicia a la construcción de unas nuevas masculinidades son sumamente valiosas, pero quedan lamentablemente empañadas por ese tono estigmatizador que ningunea los modos en los que la ética del cuidado puede contribuir a la construcción de nuevas masculinidades y al cuestionamiento del patriarcado. Gilligan, como muchas otras autoras, propone desgenerizar y universalizar el cuidado, y resultan por ello injustas las acusaciones de esencialismo que vierte respecto a su obra.
Hombres justos es una obra necesaria, con importantes aportes a la construcción de nuevas masculinidades en torno al principio moral de la justicia. No obstante, superar el malentendido que lleva a cuestionar la apuesta por el cuidado sumaría a construir unas masculinidades que integren la justicia y el cuidado, democráticas y transgresoras del patriarcado. Un malentendido en torno al cuidado que, por cierto, no es exclusivo de esta obra: lo encontramos en investigaciones que miran con suspicacia la valoración del cuidado, temerosas de que esconda un esencialismo que amenace con devolver a las mujeres a su lugar natural; así como en investigaciones que consideran que pretende situar a las mujeres en un escalafón moralmente superior al de los hombres por naturaleza. Sin embargo, la ética del cuidado elaborada por Gilligan no es una mirada ni esencialista ni romántica en torno al cuidado. No es que las mujeres estén predispuestas biológicamente para el cuidado, es más bien que su socialización y experiencias las han equipado con las habilidades necesarias para el cuidado en formas en que los hombres no han sido capacitados. Esto, obviamente, puede cambiar. Compartir en mayor medida los mundos de experiencia entre hombres y mujeres será un importante paso en el desarrollo humano.

			

				

				Boulding, Cultures of Peace…, 109.

			71

				
Las masculinidades cuidadoras enriquecen las vidas de los hombres en una miríada de formas: psicológicamente, físicamente y relacionalmente; y nos enriquecen como sociedad. Se trata de resignificar la noción de sujeto, de un sujeto aislado, abstracto, a uno vinculado, consciente de las relaciones que lo constituyen. Unas masculinidades cuidadoras, en las que la justicia y la delicadeza se entretejen como hebras de un mismo tapiz.

			

			

				
La delicadeza: esencia del cuidado

				
La incorporación del debate sobre los cuidados a los estudios de masculinidades, aunque incipiente no es sencilla, pues el binomio justicia y cuidado se ha malentendido a menudo como una dicotomía irresoluble. Nuestra propuesta es combinar lo mejor de cada una de estas visiones de la moralidad para construir unas masculinidades no sólo justas sino también cuidadoras. Veremos en este apartado los beneficios de combinar el principio de la justicia con el principio del cuidado, para construir una ciudadanía más comprometida, crítica y transformadora. Un principio, el del cuidado, que añade delicadeza y solicitud, a la mirada abstracta y generalizada de la justicia.
Definíamos al inicio del artículo el cuidado como comprensión de y respuesta a la vulnerabilidad humana. En ambos procesos -comprensión de y respuesta a- el cuidado está atravesado por la delicadeza como valor. Se requiere delicadeza para la comprensión de la vulnerabilidad: una mirada atenta que nos permita percibir y detectar la necesidad de cuidado. Y a su vez se requiere delicadeza para dar respuesta a la vulnerabilidad: la fragilidad requiere de un trato solícito, delicado.

				
En esos mismos sentidos la justicia requiere de la delicadeza que caracteriza el cuidado. Necesitamos una justicia con una mirada delicada, atenta, sensible a la desigualdad y las injusticias, capaz de poner en el centro a los más vulnerables y de indignarse ante el sufrimiento humano. Pero no sólo en la mirada, también en su aplicación la justicia requiere delicadeza y cuidado, para atender la singularidad de cada persona y sus circunstancias. Así, la justicia se torna cuidado, y el cuidado se torna justicia.

				
La delicadeza como valor nos permite ver los modos en que el cuidado complementa la justicia, así como su pertinencia para inspirar unas nuevas masculinidades, justas y cuidadoras, con el potencial para dejar atrás el patriarcado y la cultura de la dominación.

				

					
El cuidado es delicado: no quiere dañar

					
El cuidado tiene como eje prioritario de la acción moral el sostenimiento y no ruptura de los vínculos interpersonales. En contraste, la ética de la justicia prioriza la atención a los principios universales abstractos, incluso a costa, si es necesario, de las relaciones interpersonales -pudiendo llegar a justificar, bajo la bandera de la libertad, la igualdad u otro principio universal, la guerra y con ella la destrucción de vidas humanas-. Frente a ello el sujeto desde el punto de vista del cuidado es un sujeto intrínsecamente relacional, que tiene en el sostenimiento de la vida y la interconexión con los otros el eje prioritario de la acción moral. Una mirada centrada en la vida y en su sostenibilidad.

					
Una mirada consciente no sólo de la necesidad de priorizar la vida sino de atender a las necesidades de aquellos más vulnerables que nos interpelan desde su fragilidad.

			

				

				Camps, Tiempo de cuidados…

			80 ¿Y cómo tratamos lo frágil? Con delicadeza. Una fragilidad que más allá de las situaciones de especial vulnerabilidad nos define a todos y todas como humanos. Tanto físicamente como psicológicamente y espiritualmente, somos seres frágiles, vulnerables, perecederos. Una fragilidad que requiere de una mirada y una conducta atenta y delicada.
La justicia corre el peligro de olvidar esa centralidad y fragilidad de la vida, y la importancia de no dañarla. Summum ius, summa iniuria, reza la sentencia latina atribuida a Cicerón que advierte del daño que puede generar la aplicación descuidada de la justicia. Necesitamos construir una voz moral que combine los principios de la justicia y el cuidado, una voz moral relacional y dialógica, menos abstracta y, sobre todo, menos destructora del mundo de la vida.

			

				

				López Sáenz, 'Fenomenología y feminismo…', 49.

			84

					
En Aristóteles encontramos el uso técnico de la expresión epikeia, en referencia a la corrección de la justicia legal cuando el caso particular obliga a hacerlo. Dado que las leyes no pueden integrar todas las situaciones posibles, se hace necesario recurrir a la prudencia para decidir qué hacer en determinados casos, sin descartar incluso contrariar la propia ley. No se trata de una debilidad de la ley, sino de una corrección de la misma. Por eso Aristóteles llega a decir que, si la ley es justa la buena aplicación de la epikeia es todavía más justa. La adaptación cuidadosa de la justicia implica un mayor grado de justicia. En el cuidado está el aspecto creativo de la justicia.

			

				

				Camps, Tiempo de cuidados…

			92

					
No dañar, atender a la singularidad y mirar desde la humildad son ejercicios de delicadeza -que no de debilidad- que requieren de fortaleza moral e intelectual, y que enlazan la justicia con el cuidado en la construcción de unas masculinidades justas y cuidadoras.

				

			

		

		

			
Conclusiones

			
Transitar de una cultura de la dominación a una cultura de paz implica cuestionar el patriarcado y el lugar en que éste ha situado el cuidado. Para ello es necesario construir unas nuevas masculinidades que abracen el cuidado en sus dos dimensiones: como praxis y como principio. Unas masculinidades que abracen el cuidado como praxis, pues es fundamental compartir entre todos los seres humanos las responsabilidades del cuidado, necesarias para la satisfacción de las necesidades básicas y la sostenibilidad de la vida. Y también unas masculinidades que abracen el cuidado como principio, esa mirada delicada y atenta, que contempla el mundo desde el vínculo, la responsabilidad y la atención a la vulnerabilidad. Como aprendemos desde la ética del cuidado ambas dimensiones están imbricadas, pues el cuidado como praxis contribuye al cultivo del cuidado como principio. Karla Elliott lo resume sencillamente: care begets care,

			

				

				Elliott, 'Caring Masculinities…', 255.

			103 el cuidado engendra cuidado.

			
El cuidado, como praxis y como principio, debería permear el mundo social y político en su conjunto, el mundo relacional de la interacción humana, sin distinción de géneros. Es necesario superar el patriarcado, superar su doble blindaje de la relacionalidad y de la vulnerabilidad, para caminar hacia unas sociedades auténticamente democráticas.
Como señala Elliott las masculinidades cuidadoras son aquellas que rechazan la dominación y abrazan los valores del cuidado.

			

				

				Elliott, 'Caring Masculinities…', 240.

			107 Afortunadamente existen masculinidades cuidadoras, por tanto, no se trata de inventarlas de la nada, pero es necesario reforzarlas y visibilizarlas. Un concepto, el de masculinidades cuidadoras, que está tomando cada vez más centralidad es los estudios críticos sobre hombres y masculinidades y que es compatible con el principio de la justicia, que como indica Jablonka es fundamental para una sociedad igualitaria. Concluimos así, con una propuesta de masculinidades justas y cuidadoras. Construir nuevas masculinidades, más relacionales, justas y cuidadoras, es uno de los grandes retos de futuro que tenemos como humanidad.

		

	
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Cuánto más tradicional es la ideología más propensa es a incluir argumentos biologicistas. Si bien sólo las mujeres pueden dar a luz, tanto hombres como mujeres pueden cuidar.

					Brabeck, Mary. . New York: Praeger, 1989Mary Brabeck, Who Cares? Theory, Research, and Educational Implications of the Ethic of Care (New York: Praeger, 1989).
Lo que requiere también de tiempo, pues la lentitud y la delicadeza confluyen en el mismo universo semántico, 'la prisa es, a la vez dificultad para percibir y dificultad para tener cuidado. ¿Cómo va a tener cuidado quien vive a toda prisa?'. Esquirol, El respeto…, 172.
Cómo citar: Commins Mignol, I. (2023). Hacia unas masculinidades justas y cuidadoras: contribuciones antropológicas del cuidado a la paz. En-Claves del Pensamiento, (34), e630. https://doi.org/10.46530/ecdp.v0i34.630